Cuando a alguien le dicen que es un
pícaro significa que esa persona es astuta y tiene picardía. Esta expresión
comenzó a extenderse hacia 1580, en un momento en el que en Castilla había
muchos vagabundos y mendigos. Los pícaros eran aquellos jóvenes al margen de la
ley, fuera del entorno familiar, robando y evitando ser cazados. De aquí
procede el término “novela picaresca”, siendo un buen ejemplo de ella el Lazarillo de Tormes (1554). Este género
literario consagró al pícaro como un personaje característico de la época.
Los pícaros se caracterizaban no por ser
perversos, sino por su cinismo y su carácter amoral. En caso de robar, solían
coger lo necesario para comer (aquellos que eran ladrones y matones eran los rufianes). Debido al empobrecimiento de
la población española desde principios del siglo XVI, los pícaros eran cada vez
más habituales. Los jóvenes salían del campo en busca de una mejor vida en las
florecientes ciudades; pero, muchas veces estos tenían que recurrir a estos
trapicheos para poder sobrevivir. Las puertas de los templos solían ser su
lugar de avituallamiento (allí, los más profesionales engañaban fingiendo
enfermedades como la lepra, llagas,…).
Los pícaros estaban en el punto de mira
de la autoridad, pero, estos no tenían espíritu de protesta, sólo les importaba
su suerte. Los grandes focos de atracción de la picaresca fueron Sevilla y
Madrid. Además, Sevilla, como foco del tráfico con el continente americano, era
el escenario perfecto para estos personajes. Aprovechando la ingenuidad de la
gente hacían fortuna, gracias a la simulación y la mentira.
Muchos eran niños, y su destino no solía
ser muy esperanzador: gran parte de las niñas acabarían formando parte del mundo
de la prostitución; los niños acabarían en los bajos fondos, como malhechores y
rufianes, en un panorama de violencia callejera. Robos y asesinatos estaban a
la orden del día, cuyas penas eran inhumanas y, en tiempos de mayor convulsión,
se multiplicaban.
Lo que resulta muy curioso es la
organización que poseía la picaresca y la delincuencia. Se habla de cofradías
de ladrones con un jefe máximo y otros menores, un depositario de robos y un
arca para guardar lo robado. Además, también tenían una jerga propia para
comunicarse entre ellos. Algunos ejemplos son:
- “Polidores”: quienes vendían lo hurtado
- “Arrendadores”: quienes lo compraban
- “Flor”: un engaño
- “Bueyes”: naipes
- “Rapar”: robar
- “Respecto”: podía ser o la espada o un rufián que protegía a una prostituta
- “Ninfa”: prostituta
- “Viuda”: la horca
- “Bornido” o “racimo”: ahorcado
Referencias
bibliográficas:
Navarro, R. (2012). Pícaros, ninfas y rufianes. La vida airada en la Edad de Oro. Barcelona:
Edaf.
Deleito,
J. (2005). La mala vida en la España de
Felipe IV. Madrid: Alianza.
Núñez,
F. (2004). La vida cotidiana en la
Sevilla del Siglo de Oro. Madrid: Sílex.
Pícaros: los bajos fondos en la España
del Siglo de Oro. National Geographic (en
línea) (consulta: 05.01.2018). Disponible en: http://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/picaros-los-bajos-fondos-espana-del-siglo-oro_11291/21
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